domingo, octubre 6, 2024

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La Cuauhtémoc: será de Monreal o no será

La historia arranca con un joven Ricardo Monreal, abogado zacatecano, atravesando un páramo desierto. De repente, aparecen tres brujas. Traen consigo dos profecías: Ricardo nunca será presidente de México. El destino no lo quiere, la historia no lo necesita. Pero él y su hija, eso sí, gobernarán la alcaldía Cuauhtémoc.

Ricardo Monreal ha dedicado su vida a enmendar la primera profecía. Ha sido diputado tres veces, senador dos, jefe delegacional en Cuauhtémoc —el primer acto de la segunda profecía— y gobernador de su natal estado. Para lograrlo, ha cruzado fronteras partidarias como si de puertas se tratase: del PRI al PRD, del PT a Movimiento Ciudadano y, finalmente, a Morena. En su camino, ha traicionado parejo.

Recordarán que el zacatecano también aspiró a ser Jefe de Gobierno de la CDMX en 2018. Sin embargo, esa contienda la ganó la próxima presidenta porque, en palabras de Inti Muñoz, Monreal: “significaba y significa la política priista preñada de la doble cara; […] la que cree que siempre hay una mano negra y si no, la inventa. La política opaca de la verticalidad patriarcal”. No conseguir la jefatura de la Ciudad debe haberlo llenado de rabia: hoy sabemos que ese era el último peldaño antes de la cima.

Con la herida aún abierta, Monreal volvió a cambiar de bandera en las elecciones intermedias de 2021. Esta vez, su lealtad coqueteó con Sandra Cuevas. Un movimiento calculado que minó las bases del proyecto obradorista en la reiterada alcaldía: Dolores Padierna sucumbió bajo fuego amigo.

Luego vino el ajuste kármico. El sueño de Ricardo de alcanzar la presidencia fue velado y sepultado tras un humillante revés. En la interna de Morena para designar al Coordinador de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación, el abogado quedó último. Cinco por ciento arañó. Las brujas no se equivocaron: Ricardo Monreal nunca será presidente de México.

La segunda profecía todavía anda suelta.

Hace pocos días, recordando las palabras de las brujas, Macbeth —perdón, Monreal— exigió al destino cumplir su promesa. Con la profecía y la ambición en mano, logró anular la elección en la que Catalina, su hija, fue derrotada. Que la sangre de su sangre recupere lo que es suyo.

Retrocedamos un paso en la historia.

En las últimas elecciones de la Ciudad de México, se enfrentaron, de dos a tres caídas sin aparente límite de tiempo, Alessandra Rojo de la Vega —feminista compitiendo bajo la marca de Alito Moreno, Marko Cortés y Jesús Zambrano (¿de qué se ríen?)— contra Catalina Monreal, más conocida por sus lazos familiares que por su andar público. Ningún tipo de machismo atraviesa esta aclaración.

¿El botín? La codiciada alcaldía Cuauhtémoc, un tesoro que representa casi el 5% del PIB nacional. El galardón que las brujas pronosticaron para Catalina.

Así, tras unas elecciones cerradas, el pasado dos de junio, Rojo de la Vega venció a Monreal por 11.000 votos. En medio de la marea guinda que inundó la capital, la oposición logró conservar cinco de dieciséis alcaldías, entre ellas la Cuauhtémoc. Más valía resguardarlas y cerrar filas, no fuera que se las quisieran quitar.

Así fue, los Monreal se lanzaron sobre su presa. Primero intentaron con un recuento de votos. Fracasaron. Luego vino la acusación por violencia política en razón de género. Hágame usted favor: violencia política en razón de género. La misma acusación con que Morena bateó en home run a Xóchitl Gálvez cuando intentó usarla contra el presidente.

Las maniobras de Catalina harían hervir la sangre de cualquier obradorista de cepa. Aquellos que han luchado porque se respeten los auténticos triunfos electorales.

Los argumentos de Monreal —la hija— harían enfurecer también a cualquier (auténtica) feminista. Afirma, por ejemplo, que Rojo de la Vega la invisibilizó al mencionarla solo por su apellido, ligándola así a su clan familiar. Asegura que está sola en su lucha, que ningún hombre la respalda. Descarados desvaríos.

Dice que la narrativa de su vínculo con los Monreal influyó decisivamente en la orientación del voto. ¿Y cómo no? Sostiene que eso afectó la equidad de la contienda. En otras palabras, ojalá Alessandra hubiera tenido un par de familiares con un historial político turbio para emparejar la cancha.

Para ahorrarle al lector un par de párrafos, le resumo: a Alessandra Rojo de la Vega intentan robarle la elección por decir lo que muchos pensamos, no por ejercer violencia. La verdad no es violencia. A Catalina Monreal no se le juzga en su condición de mujer, sino en su condición familiar y por el apellido que representa. Catalina o Catalino, la acusación sería la misma.

La resolución que los Monreal consiguieron del Tribunal Electoral de la Ciudad de México es tan recurrible como atroz. Primero, porque instrumentaliza y distorsiona un movimiento que representa sacrificios y aspiraciones femeninas legítimas. Todo por puritita ambición. Todo por una profecía. Segundo, porque confirma los dichos de Rojo de la Vega: a Catalina Monreal la respaldan hombres poderosos en su cruzada.

Los antecedentes y normativa aplicable sugieren que la anulación de la elección no se sostendrá. Ojalá, donde Monreal buscaba más poder, encuentre un nuevo tropiezo. Como relata Alejandro Almazán en su libro “Jefas y Jefes”, hay razones claras por las que Ricardo no llegó a ser jefe de gobierno en 2018:

—¿Sabes por qué Monreal no fue jefe de gobierno?

— Por culpa de Monreal.

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